lunes, 28 de febrero de 2011

¡Y se hizo la luz!

Y llegó Sorolla…
…¡Y se hizo la luz!
Y los rayos se vuelven tangibles, y el espacio entre lienzo y realidad se hace añicos porque estamos frente a sus cuadros y hemos de taparnos los ojos con las manos, porque la luz nos ciega, nos hiere… de placer, de comunicación de la pintura con su espectador y dejamos que nos alcance y nos lleve de vuelta a las playas valencianas de principios del siglo XX con Joaquín a nuestra vera. Y permanecemos a su lado y nos extasiamos.
Nuestra mirada se convierte en su mirada, su amor por su tierra nos quema también el corazón. Su mar cálido lame nuestros pies cansados y nos hace hundirnos en la arena, que se aparta para recibirnos, y que ya no queremos abandonar.
Echamos a andar por la playa, con un caminar deliberadamente cansino, para que nuestros ojos se vayan acostumbrando a la claridad y se recreen lúdicamente en las escenas que nos regala el Mediterráneo, la brisa, el calor, las risas… la vida.
En una caseta una mujer se viste, tras el baño, con una bata rosa ayudada por una amiga (La bata rosa, 1916). Nos convertimos en sus espías. El entramado de cañizos pone a salvo a las dos mujeres de miradas indiscretas. Sin embargo, la luz consigue burlarlo y se cuela juguetona por aquí y por allá. Se posa en una mano, en un brazo, acompaña el giro del cuello, se deleita en un mechón de cabello, se refleja en las blancas telas. El aire suave se une al ambiente festivo y trastea con la cortina. Parece querer llamar la atención de las mujeres, quienes comparten secretos divertidas, demasiado ensimismadas en sus pequeñas historias como para advertir nada más.
Las dejamos a solas con sus confidencias. Salimos a la playa. El sol nos ciega. El calor nos embota los sentidos. El arrullo del mar nos mece. Un niño juega con su barco (El balandrito, 1909). Sus níveas velas reinan sobre las azuladas aguas. Nos acercamos, pero nos detenemos a corta distancia. El niño está tan concentrado en lograr el equilibro de la nave que sonreímos con ternura. Quizá nuestra sonrisa sostenga su casco y convenza a la brisa para que sople benévola y cómplice en sus velas. Y el barquito surcará el mar, con esperanza, con arrojo, sin retroceder, avanzando siempre, haciendo frente a tormentas y tribulaciones, bajo el sol, a pesar de la lluvia, gracias al viento. Y ese barco es el niño, que comienza su singladura en la vida, desplegando las velas de su alma, recogiendo las caricias de las olas, recibiendo los besos del sol y surcando el proceloso camino de su destino.
    Todos comparten el mar. Un muchacho conduce de vuelta a la arena a un caballo blanco (El baño del caballo, 1909). Es mediodía y el sol se recrea en las crines brillantes del équido. Pasea su mirada por el albo lomo, secándolo y abrillantándolo. Desciende contorneando por las poderosas patas y conecta con los pies del muchacho, acariciados todavía por el mar, y asciende dorando su rosada carne adolescente hasta detenerse en la cara, a la que echa un rápido vistazo bajo el ala del sombrero de paja del pilluelo y celebra su juventud besándole la mejilla.
Otras mujeres, prestas a la faena, se dirigen, bañándose en dorada luz, hacia los barcos que regresan al ocaso (Pescadoras valencianas, 1915). Caminan erguidas, decididas, fuertes, valientes. Para ellas el mar no es un recreo, es su fuente de alimento. Se lo agradecen. Unos ojos un tanto inquietos se escapan de sus caras morenas para escudriñar el mar. Distinguen el barco en el que faenan los suyos. Sí, están allí, en la proa, preparándose para atracar en la playa. Respiran aliviadas. Gracias mar, por cuidar de ellos, por brindarnos el sustento, por traerlos de vuelta. Y avanzan con sus cestas a por los frutos del mar, llevando en sus brazos otros frutos, los de su vientre, a los que encomendarán también al mar cuando sea el tiempo.
El día va terminando. El sol, cansado, comienza a acomodarse en el regazo acogedor del mar. Sin embargo, la playa sigue bullendo con actividad. Unos niños desnudos nadan en esmeraldas aguas (Nadadores, Jávea, 1905). Escuchamos sus risas. Juegan. Comparten sus andanzas del día, alardean de haber realizado la travesura más grande. Ríen. Se retan. “Yo buceo más profundo”, “Yo nado más rápido”. Y el sol se resiste a marcharse, se convierte en su cómplice, se refleja en sus pieles para compartir sus juegos. Pero se hace tarde, y la luna reclama exigente la omnipresencia de su reinado.

Pero el alba traerá otro día. Y llegará Sorolla. Y se hará la luz.











viernes, 11 de febrero de 2011

Manuela Ballester, el eclipsamiento de una artista

   Toda una serie de factores confluyeron para que Manuela Ballester Vilaseca (Valencia, 1908 – Berlín, 1994) haya sido injustamente relegada y olvidada dentro del panorama artístico. Biológicamente era una mujer, lo que la condicionaba en su época a ser considerada como un mero instrumento reproductivo sometido al ámbito doméstico, y bajo la continua custodia de los miembros masculinos de la familia y la sociedad. Por otra parte, ejerció una militancia política que la situó en el lado de los perdedores cuando se produjo la resolución del enfrentamiento fratricida en España; y, como tantas veces se ha dicho, pero no por ello dejará nunca de ser cierto, “la historia la escriben los vencedores”. Por último, y focalizando nuestra atención en la esfera puramente artística, fue la esposa de Josep Renau, el líder de la vanguardia valenciana, lo que hizo que Manuela cayera bajo el maleficio de su sombra. Sin embargo, ella misma como artista tuvo mucho que decir en la esfera creadora de su época, en base a sus facetas de ilustradora, pintora, cartelista y escritora y a su decisiva contribución en revistas valencianas tan definitivas para la vanguardia como Nueva Cultura; llegando, incluso, a dirigir una publicación, Pasionaria.
   Manuela abrió los ojos y creció dentro una familia inmersa en el arte. Su padre, Antonio Ballester Aparicio, era escultor y profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, lo cual influyó decisivamente en sus hijos al verse involucrados en el ambiente de artistas que visitaban el taller paterno de imaginería. Así, el hermano mayor, Tonico, que heredó la vocación escultórica del padre, cosechó un gran éxito durante su juventud. Las hermanas menores de Manuela, Rosa y Josefina, también recogerán el testigo de la vena artística familiar y, ya durante su exilio en México, fundarán un taller de grabado, Las Ballester.
   En 1922, y con sólo catorce años, Manuela Ballester se matriculó en la especialidad de pintura en la citada Escuela de Bellas Artes donde su padre era profesor, y donde también se matriculó su hermano Tonico, siendo una de las primeras mujeres en conseguirlo. Durante su carrera (1922-1928) llegó a ganar un premio de retrato, con cuyo dinero, y siguiendo los consejos de su padre, realizó un viaje a Madrid para descubrir a Goya, Velázquez, a quien siempre consideró su maestro, y El Greco en el Museo del Prado. Además, en la escuela se unió al grupo de estudiantes contestatarios, tanto social como artísticamente, y amantes de las vanguardias, liderado por Josep Renau, a quienes se conoce como Generación Valenciana de los Treinta. Allí comenzaría su relación con Renau, quien escribiría para ella los libros de versos ilustrados Estrellamar e Intento de amanecer, y con quien se casará en 1932 y formará una familia de seis hijos. Artísticamente, durante su periodo de formación, se dedicó a la ilustración literaria, al diseño de figurines de moda y a la confección de carteles, participando también en diversas publicaciones, como en la revista valenciana La Semana Gráfica.
   Poco después, tras el éxito conseguido por la exposición de Renau en Madrid y la conversión de éste al comunismo, Manuela le siguió los pasos en cuanto a su militancia política.
  Tras salir de la Escuela, sus trabajos pictóricos empezaron a ser dados a conocer entre el público y, así, en 1929 sus obras se pudieron contemplar en la Exposición de Arte de Levante, y ya en marzo de 1931 Manuela participó en la exposición colectiva de la vanguardia valenciana celebrada en los locales de la Agrupación Valencianista Republicana. Otros participantes de dicha exposición, muchos de ellos futuros integrantes de la UEAP (Unión de Escritores y Artistas Proletarios), fueron Josep Renau, Tonico Ballester y Francisco Carreño. Y particularmente importante durante estos años resultó la participación de la artista en la Manifestación de Arte Novecentista, organizada por Manuel Abril en el Ateneo Mercantil de Valencia en 1932.
   Dentro de su faceta de ilustradora, realizó la cubierta para la edición española de la obra del Nobel de literatura en 1930 Sinclair Lewis, Babitt (escrita en 1922), gracias a ser la ganadora, ese mismo año de 1930, del Primer Premio del Concurso de Portadas convocado por la Editorial Cénit. En 1934 destaca su trabajo en el cuento de Lleó Agulló Puchau La perla que naixqué en lo fang, obra premiada en los LIV Jocs Florals de “Lo Rat-Penat”.
  
   A partir de enero 1935 comenzó su colaboración artística y literaria en Nueva Cultura, revista mensual independiente de la UEAP y del Partido Comunista, fundada y dirigida por su marido, cuyo periplo editorial se mantuvo hasta 1937.
   La revista presentó dos etapas claramente diferenciadas. En una primera etapa, publicó trece números entre enero de 1935 y julio de 1936, caracterizándose por su antifascismo y por un intento por organizar el frente popular de la cultura española, desarrollándose en sus páginas una de las polémicas más duras sobre el compromiso político del arte. Por tanto, la revista en sus inicios tomó conciencia clara de su labor como defensora de una nueva cultura nacida de la lucha contra el peligroso fondo ideológico y cultural tanto del capitalismo, como del fascismo.
   En la segunda etapa de Nueva Cultura fueron ocho números los publicados, entre marzo y octubre de 1937. En este momento, y como órgano de la Alianza de Intelectuales Antifascistas en Defensa de la Cultura, constituida tras el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, trató de desarrollar el frente revolucionario de la cultura española. Una de las novedades que presentó esta nueva aparición de la revista fue el abandono del uso mayoritario del castellano, a favor de la inclusión de artículos en catalán, como clara defensa de las diferencias nacionalistas que el fascismo negaba. De igual modo, se produjo una manifiesta apuesta por el carácter popular del planteamiento cultural de la publicación. Tomando estas premisas como base, su principal labor fue realizar una crítica cultural revolucionaria científica, es decir, ejecutada desde los planteamientos marxistas y que se ejemplificó en las numerosas notas y críticas de libros que salpicaron sus páginas.
   Centrándonos en la figura de la artista valenciana que nos ocupa, Nueva Cultura fue el portal donde se mostraron tanto los trabajos en fotomontaje de Manuela Ballester, como sus artículos de crítica artística y literaria, ambos condicionados por su pensamiento político. Dentro de sus aportaciones plásticas, las más escasas, se pueden destacar los dos fotomontajes, aparecidos en el número 9 de la revista, que ilustraban la traducción de José Renau de El viejo inspector de la vida: cuento soviético.

   En cuanto a sus aportaciones literarias, en el número 5 de la revista, correspondiente a junio-julio de 1935, Manuela publicó un artículo de crítica artística titulado Mujeres intelectuales. En él, y tomando como excusa una exposición de mujeres artistas realizada en la Librería Internacional de Zaragoza y recogida en la revista Noreste, rechaza la abstracción y aboga por un realismo social de marcado compromiso, el cual echa en falta en dicha exposición, que denuncie los problemas de diferencias de clase, abolición de la propiedad privada y situación de miseria y carencias del proletariado consecuencia del capitalismo; todo ello, de nuevo en clara correlación con las propuestas procedentes de su militancia política. De igual modo, realiza un alegato a favor de un arte en el que se vea reflejado el “espíritu femenino”, alejado de la adopción de los prototipos y posicionamientos realizados por la tradición artística masculina.
   Contando Valencia con una reputada tradición litográfica y siendo un importante centro de producción de carteles, Manuela no pudo sustraerse a desarrollar su genio artístico también dentro de estos cauces. El objetivo principal del cartel es la transmisión de un mensaje de la forma más impactante posible para lograr una respuesta inmediata en el receptor. Y en ello Manuela Ballester se reveló como una maestra. De este modo, en 1936 esta polifacética mujer realizó uno de los hitos de su extensa producción de carteles políticos, uno para el Partido Comunista de España (PCE) dedicado a animar a las mujeres en su voto por el Frente Popular. En su iconografía podemos rastrear, por un lado, los modelos tradicionales que se imponían a la vida cotidiana y al comportamiento de las mujeres en aquellos momentos, con unos personajes, entre ellos la iglesia y quizá un representante de la sociedad burguesa, intentando mantenerla aferrada a dicha tradición; por otra parte, se presenta la nueva pretensión de la mujer de adquirir libertad para sus pensamientos y sus actos, y, claro está, la identificación de Manuela, en tanto que mujer progresista de su tiempo, con todo este proceso.
   El año 1937 marcó una etapa de gran actividad para Manuela, ya que dirigió la revista semanal Pasionaria, órgano de expresión del Comité de Mujeres Antifascistas del Partido Comunista de Valencia. Dicho comité surgió como organización en el contexto de la mayor incorporación de la mujer a organizaciones y partidos políticos, sobre todo de izquierdas y sindicales, durante la Guerra Civil. Contó con la participación de mujeres republicanas y socialistas, pero bajo la hegemonía de las mujeres integrantes del Partido Comunista.
   No sólo se dedicó Manuela este año a la dirección de la revista, sino que también se convirtió en dibujante en la Sección de Prensa y Propaganda del Comisariado General del Ejército de Tierra; colaboró con Renau, nombrado Director General de Bellas Artes con el gobierno de Largo Caballero, en la organización del Pabellón de la República Española de la Exposición Internacional de París y en la selección de los artistas participantes; y por último, participó en la organización del II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en junio en el Ayuntamiento de Valencia.
   Al año siguiente obtuvo el primer premio del concurso convocado por el Ministerio de Defensa Nacional para el proyecto de la Medalla del Valor, y realizó dibujos contra el fascismo en el diario La Verdad, órgano de expresión de la Unificación Comunista Socialista y dirigido por Max Aub y Josep Renau.
  Los últimos años de la guerra, 1938 y 1939, los pasaron Manuela y Josep en Barcelona, donde se había trasladado el gobierno republicano desde Valencia. Tras el fin de la Guerra Civil, y como tantos otros, tuvieron que abandonar España y se exiliaron, primero en Francia, y después, en México. Allí permaneció Manuela hasta 1959. El exilio, sin embargo, no conllevó el abandono de su producción artística, y se centró, junto a Renau en realizar, en su taller Estudio Imagen, Publicidad Plástica, murales y carteles de cine para productoras, publicidad comercial, y propaganda política electoral, en especial para el Partido Revolucionario Institucional (PRI); así como dibujos para revistas de los republicanos españoles, como España Peregrina, Las Españas, Nuestro Tiempo, Independencia, Mujeres Españolas o Boletín de Información de los Intelectuales Españoles.
Del mismo modo, colaboró con el muralista David Alfaro Siqueiros, a quien había conocido en Valencia en 1937 durante el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, en el mural interior Retrato de la Burguesía (1939-40) para el Sindicato de Electricistas ejecutando algunos bocetos. Más tarde, y ante la huída de Siqueiros a causa de su primer intento de asesinato de Trotsky, el mural tuvo que ser terminado por el matrimonio Ballester-Renau; lo cual, así mismo, les facilitó el encargo de los paneles decorativos del restaurante del Hotel Lincoln de México. También junto a Renau, y con la participación esporádica del hijo mayor de ambos, Ruy, realizó el mural España hacia América (1945-50) para el Hotel Casino de la Selva, de Cuernavaca, en el que se va a intentar contrarrestar la visión crítica contra los españoles realizada por Diego Rivera en su mural de la Casa de Cortés, también en Cuernavaca.

   También en tierras mexicanas se produjo su participación en diversas exposiciones colectivas como la realizada en la Casa de la Cultura Española (1940), la Primera Exposición Conjunta de Artistas Españoles (1956), y la de Artistas Valencianos en la Casa Regional Valenciana de México (1959). En estos momentos, sus creaciones pictóricas se decantan por el realismo, concretándose en retratos cargados de introspección psicológica (Mi hijo Ruy, Julieta, Rosita, Totli, Teresa, Pablo y la Yaya), paisajes (Cuernavaca), y bodegones. También merece la pena destacarse que, como continuación de su compromiso político y social, Manuela se dedicó en estos años a la alfabetización de las criadas indígenas que trabajaban en su casa. Imbuida por el ambiente de su nueva patria de acogida también realizó una serie de grabados y dibujos sobre el traje nacional mexicano.
   Su labor como cartelista tampoco quedó olvidada, como lo demuestra que en 1954 consiguiera el segundo premio del concurso organizado por el Club Rotario de México por su cartel con destino a la Campaña Pro Desayuno Escolar. Y ya en 1956 es el primer premio el que consiguió en el Concurso Nacional de Carteles para el Primer Centenario de los Sellos de México.
   A partir del verano de 1959, y hasta su muerte, fijó su residencia en la República Democrática Alemana, instalándose en el Berlín Este siguiendo a Renau. Esto supuso un duro golpe para ella al dejar en México a sus hijos Ruy y Totli, que ya se habían casado, para seguir a su marido, de quien, sin embargo, terminará divorciándose en 1962, debido, en parte, a la rivalidad artística que éste sentía con respecto a ella. Posteriormente, otro gran golpe que tendrá que superar Manuela será el suicidio de su hija Julieta.
   En Berlín trabajó como ilustradora en alguna revista y editorial alemana, realizó una serie de fotomontajes y dibujos para la Agencia General de Noticias (ADN), y dirigió y colaboró en una revista de moda fundada por Siles.
   Sin embargo, su relación con México continuó y en 1962 resultó la ganadora del primer premio en el concurso de carteles convocado por la Casa de Valencia en México para anunciar su segunda falla. Del mismo modo, en 1963 expuso, en el Club de Creadores de Cultura de Berlín, sus trabajos sobre el traje nacional mexicano, que volverán a ser expuestos en  1965 en Berlín y Dresde en el marco de la exposición México y su mundo. También en esos años es cuando se produjo su colaboración en la revista Mujeres del Mundo Entero, editada en La Habana por el Círculo Julián Grimau y dirigida por Manuel Carnero.
   Avanzando un poco en el tiempo, en 1972 expuso en la Mostra d’Arte Contemporánea, en solidaridad con España, realizada en Milán. Y al año siguiente se produjo su participación en la exposición colectiva en la Galería Punto de Valencia. También contaron con sus obras las exposiciones La Mujer en la Plástica, en el Palacio de Bellas Artes de México, y Pintores y Escultores Republicanos Españoles, en la Galería Mercedes y Jordi Gironella de México. Ya en 1978 participó en la Exposición del Movimiento de Solidaridad con los Pueblos de España en el Ateneo Español de México.
   De nuevo Valencia fue la ciudad que recogió en los años ochenta una retrospectiva de su obra en la Galería Estil. Dichos años ochenta continuaron sirviendo de marco temporal para recuperar su figura, ya que en junio de 1981 colaboró con dos retratos en la exposición L’avantguarda artística valenciana dels anys trenta, organizada por el Ayuntamiento de Valencia; en diciembre de 1983 participó en la exposición El exilio español en México, celebrada en el Palacio de Velázquez de Madrid; y ya en abril de 1988 se le seleccionaron dos pinturas para incluirlas en el Homenatge a les víctimes del franquisme i als illuitadors per la llibertar, que tuvo lugar en el Salón de Columnas de la Lonja de Valencia y que realizó un posterior recorrido por diversas ciudades españolas.
   Sin embargo, Manuela Ballester nunca regresó a España y falleció en Berlín el 7 de noviembre de 1994.
   Un año después de su fallecimiento, se realizó una exposición homenaje a la artista, recogiendo un centenar de pinturas, dibujos, grabados y carteles de distintas épocas, organizada por L’Institut Valencià de la Dona.
   Ya en época más reciente, en 2008, se le dedicó el documental Manuela Ballester, el llanto airado, con guión y dirección de Giovana Ribes, y bajo iniciativa de la asociación valenciana DonesenArt con motivo del III Festival Octubre Dones, dedicado a Manuela Ballester.
Poco a poco, la memoria de la Historia del Arte va dejando transcurrir su mirada sobre la figura y la trayectoria de esta mujer entregada a las múltiples manifestaciones artísticas que desbordaban su alma creadora, y se va recuperando una página que nunca debió ser arrancada ni pasada por alto.

Bibliografía sobre Manuela Ballester
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___, “Mujeres intelectuales (Notas)”, en Nueva Cultura, Valencia, Año I, núm. 5, junio-julio de 1935, p. 15.
___, “Pla y Beltrán: Voz de la tierra (Crítica de libros)”, en Nueva Cultura, Valencia, Año I, núm. 6, agosto-septiembre de 1935, p. 15.
___, Pasionaria, Valencia, núm. 1, 1937.
“El viejo inspector de la vida: cuento soviético”, Traducción de José Renau, Dibujos de Manuela Ballester, en Nueva Cultura, Valencia, núm. 9, diciembre de 1935, pp. 10-12.
BELLÓN, F., “Manuela Ballester, la pintora en la sombra”, en Posdata, Suplemento Cultural de Levante-El Mercantil Valenciano, Valencia, 03-X-2008, pp. 1-2.
GARCÍA, M. (ed.), Homenatge a Manuela Ballester, Valencia, Dirección General de la Mujer, 1996.
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RIBES, G., Manuela Ballester, el llanto airado, Tarannà Films, 2008.

lunes, 7 de febrero de 2011

Maruja Mallo. Una artista en libertad, una mujer libre

   El 26 de mayo de 1928 en las salas de redacción de la orteguiana Revista de Occidente se inauguró una exposición trascendental. Recogía las obras de una joven pintora. Su nombre era Maruja Mallo. Nunca más dichas salas volvieron a cobijar y dar respaldo entre sus paredes a ninguna manifestación artística más. Fue la primera y única vez. José Ortega y Gasset era un misógino confeso. ¿Qué tenía Maruja Mallo para que él hiciera esta excepción, para que se rindiera ante su genio? Eso mismo, genio. Artístico y de carácter.
   No era la primera vez que Ana María Manuela Isabel Josefa Gómez González (Viveiro (Lugo), 1902-Madrid, 1995) rompía moldes. Desde el primer momento Maruja supuso un paso adelante y firme en la equiparación del hombre y la mujer en los espacios sociales y artísticos, rompió una lanza a favor de la mujer como sujeto activo y luchó por su liberación de la esclavitud a la que la sociedad y la iglesia la sometían. Y esta labor la llevo a cabo dentro de una sociedad que condenaba a la mujer a no salirse de su estereotipo de “ángel del hogar”, a cumplir su exclusiva misión de madre y ama de casa; que desacreditaba las capacidades intelectuales de la mujer desde las tribunas de los libros, los periódicos o los estudios supuestamente científicos y que temblaba de miedo al ver tambalearse las estructuras sociofamiliares vigentes y la preeminencia indiscutible del varón, considerando una amenaza apocalíptica la irrupción de la mujer en el universo laboral e intelectual.

   Cuando Maruja llega a Madrid e ingresa en 1922 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, siendo la única mujer que ese año aprueba el examen de la convocatoria de ingreso, conoce y establece amistad con Salvador Dalí, quien la introduce en el grupo de la Residencia de Estudiantes. A partir de ese momento, y en años sucesivos, su círculo de relaciones se ve conformado por Federico García Lorca, Gregorio Prieto, Luis Buñuel, Rafael Alberti, con quien mantendrá una relación amorosa hasta 1930, María Zambrano, la poeta Concha Méndez, hasta entonces novia secreta de un castrador y misógino Luis Buñuel, y Margarita Manso. Junto a Concha Méndez recorre todos los barrios y calles de Madrid en busca de inspiración para sus obras y la poeta se suma al gesto transgresor inaugurado por Mallo, Margarita Manso, Lorca y Dalí del “sinsombrerismo”, eliminando de sus atuendos el uso del sombrero y recorriendo las calles de la capital con la cabeza descubierta, lo que les reportaba continuas agresiones verbales, incluso con lanzamiento de piedras de por medio, por parte de los consternados transeúntes. Y no tan sólo eso, las dos grandes amigas, Mallo y Méndez, continúan escandalizando a la sociedad disfrutando de la noche madrileña y siendo acompañadas por hombres. De hecho, las salidas nocturnas de la pintora con el grupo formado por Dalí, Buñuel y Barradas quedan reflejadas en el Sueño noctámbulo de Dalí, pintado a finales de 1922, y en el que la pintora gallega aparece retratada en cuatro ocasiones, mostrando en una de ellas el cariñoso gesto de apoyar su cabeza cansada sobre el hombro de Dalí.
   Las transgresiones de Maruja no se limitan a las actitudes sociales; a nivel intelectual también marcó diferencias con respecto al papel secundario de la inmensa mayoría de las mujeres de su época y, además de las tertulias de la Residencia de Estudiantes, Mallo frecuenta asiduamente las de los domingos en casa de María Zambrano, siendo ella la única mujer, así como la mítica del café Pombo, liderada por Ramón Gómez de la Serna. Incluso su participación en el triángulo dorado de la Residencia de Estudiantes formado por Buñuel, Lorca y Dalí, no fue meramente anecdótica, sino que, como afirma Shirley Mangini en Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia, Maruja Mallo supo convertir “al grupo en cuadrangular, pues generó intensa colaboración intelectual y personal entre los cuatro”. Aún más, “el hecho de que haya perdurado la fama internacional de los tres hasta hoy día, y que Mallo desapareciera de las páginas de la historia del arte por un boicot tácito, ha distorsionado la realidad cultural de aquel entonces”.
   De igual modo, a través de sus lienzos, Maruja Mallo apuesta decisivamente por la imagen de la mujer moderna, con una fuerte presencia en la vertiente pública y lúdica de la sociedad y abogando por la vida al aire libre y el deporte. En su serie dedicada a las Verbenas (1927), manifestación del populismo más exacerbado, la mujer asume un papel activo e independiente al presentársenos en primer plano, en el centro del lienzo, sonriente y desinhibida, con los brazos abiertos dispuesta a abrazar los deleites mundanos.
   Asimismo, y según se desprende del análisis realizado por María Soledad Fernández Utrera, en La mujer de la cabra (1927) se evidencia el destacado enfrentamiento entre el papel tradicional femenino, vinculado exclusivamente al ámbito familiar y doméstico, y el caminar valiente y decidido de la mujer nueva, segura de sí misma, reivindicando el espacio público y alejándose de tradiciones y convencionalismos.
   En Elementos para el deporte (1927) y en la actualmente desaparecida Ciclista (1927) se exalta la cultura del ocio deportivo como uno de los pilares de los nuevos horizontes abiertos a la mujer dinámica, y en clara contraposición a las prácticas conservadoras de la época en las que el ocio de la mujer se reducía a refinadas labores caseras, que excluyesen cualquier esfuerzo físico que pudiese arruinar la imagen y los inmaculados atuendos femeninos. De hecho, Ciclista, protagonizada por una joven en bañador montando en bicicleta para la que Maruja Mallo tomó como modelo a su amiga Concha Méndez, se ha interpretado como una obra reivindicativa. No hemos de olvidar que esta práctica deportiva constituyó todo un símbolo de la lucha feminista, y, a través de ella, la pintora manifestó las características de las mujeres modernas y artistas vanguardistas que trataban de abolir las barreras que las aprisionaban dentro de la esfera de lo femenino.
   Más tarde otros hitos artísticos jalonarían la trayectoria de Maruja, como su participación en la Escuela de Vallecas, de la que nacería su serie Cloacas y campanarios; la decisiva colaboración e influencia mutua con Alberti; la beca concedida por la Junta de Ampliación de Estudios que le posibilitaría ir a París, donde comenzaría su etapa surrealista, cuyo máximo exponente sería El espantapájaros, obra comprada por André Breton, padre de dicho movimiento. Después llegaría su compromiso con la República y las Misiones pedagógicas, la Guerra Civil, el exilio a Chile, el olvido en España de su obra y su persona, el regreso, la adopción por la cultura ochentera de un mito creado por ella misma, de un personaje pintarrajeado y charlatán que contaba anécdotas acerca de su vida junto a las grandes figuras artísticas y que se escuchan como desvaríos de vieja, sin descubrir, hasta mucho después, toda la cruda realidad que encerraban. La realidad de una artista en libertad que jugó un papel decisivo en las vanguardias históricas españolas, la realidad de una mujer libre que pagó este delito con el olvido al que fue condenada.
   Y ya en pleno siglo XXI esta artista ha continuado cosechando triunfos, ha continuado rompiendo lanzas denunciadoras de la situación de relegación que sufren las mujeres artistas aún hoy en día. Del 26 de enero al 4 de abril de 2010 la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que la vio formarse en sus aulas, acogió una retrospectiva dedicada a ella. Era la primera vez que en este escenario se dedicaba una exposición de tal magnitud, abarcando la totalidad de las etapas creativas de su carrera, a una mujer artista. La Academia de San Fernando cerraba el círculo abierto por la Revista de Occidente.


BIBLIOGRAFÍA SOBRE MARUJA MALLO
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BONET, J.M., “Maruja Mallo, pura y genial paradoja”, en El País, Madrid, 25 de octubre de 1983.
___, “Recordando a una gran pintora: Maruja Mallo”, en SAMBLANCAT MIRANDA, N. (ed.), Modernas y vanguardistas (1900-1939), Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 671, mayo de 2006.
CALVO SERRALLER, F., “Maruja Mallo, invencible en su sueño”, en El País, Madrid, 25 de septiembre de 1983.
CARNERO VÁZQUEZ, Mª. O. [et. al.], Maruja Mallo: la gran ignorada en Galicia, Lugo, Diputación Provincial de Lugo, 1995.
CASSOU, J., “Maruja Mallo”, en Arquitecturas, Madrid, Librería Clan, 1949.
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CORREDOIRA, P. (ed.), Maruja Mallo, cat. exp., Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1993.
DIEGO OTERO, E. de, Maruja Mallo, Madrid, Fundación Mapfre, Colección Grandes maestros españoles del arte moderno y contemporáneo, 2008.
FERRIS, J. L., Maruja Mallo: la gran transgresora del 27, Madrid, Temas de hoy, Colección Biografías y memorias, 2004.
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