sábado, 15 de enero de 2011

Un mundo. El mundo de Ángeles Santos.





 “Quiero pintar el mundo. Todo  lo que yo he visto”. Estas fueron las palabras de una joven de diecisiete años a su padre en el Valladolid de 1929. Angelita, Ángeles Santos Torroella (Portbou (Girona), 1911), quería comerse el mundo. Su padre le hizo caso y encargó una tela enorme, de 320 x 340 centímetros, “para que el mundo cupiera”, a la casa Macarrón de Madrid. Ella sigue recordando “Cuando lo recibimos lo clavamos con chinchetas en la pared de mi habitación. Era una tela muy grande y cuadrada. Al principio no sabía cómo llenarla, pero iba a pintar algo en ella. Luego ya inventé”. “[…] Para pintar Un mundo hice varios croquis previos, unos dibujos preliminares. A veces me despertaba en medio de la noche con una idea, me levantaba y dibujaba. Surgió solo”. Y se creó el mundo, y Ángeles lo pobló de seres y de vidas, de cotidianeidad. Y trascendió el mundo y recogió también a sus observadores, los extraterrestres. Todo tuvo cabida en el mundo de Angelita, “[…] Es un cuadro de gran tamaño en el que puse todo lo que hasta entonces había visto, intuido y observado. El universo, el cielo, el infierno, las almas y el mundo tangible que conocía, las ciudades, las casas, la vida, los trenes, las playas, los ríos, los cementerios […]”.

No tenía formación pictórica. Debido a la profesión de su padre, alto funcionario de aduanas, la niña y su familia vagaron por media España siguiendo los cambios de destino del progenitor. En el Colegio de las Esclavas Concepcionistas de Sevilla, la directora advierte las dotes artísticas de Angelita y le enseña a dibujar mediante copias de dibujos de Ingres. Tras un nuevo traslado, y ya en Valladolid, cuna en esos momentos de la vanguardia literaria y artística, la joven recibe las enseñanzas del pintor y restaurador italiano Cellino Perotti. Sin embargo, ella se considera autodidacta.
Es en el verano de 1928, y durante la estancia veraniega familiar en las casas de sus abuelos en Saucelle de la Ribera (Salamanca) y Portbou, cuando Angelita comienza a realizar los retratos de la gente de su entorno: El tío Simón, La tía Marieta y a sus hermanos y primos jugando (Niños en el jardín).
De vuelta en Valladolid, y a la vista de éstos cuadros, el marqués de Alquibla le encarga el retrato de su esposa y le anima a presentarse a una exposición de artistas vallisoletanos organizada por la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción. Allí la jovencísima pintora consigue un diploma de tercera crítica y suscita críticas entusiastas, como las de Francisco de Cossío, quien también recomienda al padre de Ángeles que anime a su hija a seguir sus inclinaciones artísticas. De este modo, la joven entra en el círculo de intelectuales y artistas vallisoletanos.
Y todavía quedaba por llegar el cuadro que marcó la cumbre y el cenit de su carrera, el que la hizo famosa y celebrada y por el que llegó el comienzo del fin de su pintura vanguardista, deslumbrante, genial, Un mundo. No tenía formación pictórica. Y, sin embargo, de sus pinceles surgió este cuadro, en torno a la cual gravita el resto de su producción y que constituye el culmen de su renombre. De hecho, el cuadro está considerado por la crítica actual como uno de los primeros representantes del surrealismo en España; si bien una mirada atenta revela que es de las aguas del Realismo mágico de Franz Roh de donde bebe esta obra maestra.
Para su realización tomó referentes de todo lo que tenía alrededor. Para una jovencísima pintora de diecisiete años el mundo que le rodeaba se convirtió en sus fuentes de inspiración, sus lecturas, las noticias que podría escuchar o leer, imágenes pictóricas que podría contemplar. Todo ello se integró en El mundo.
Lo primero que nos llama la atención cuando nos enfrentamos a Un mundo es el planeta cúbico en cuya superficie bulle la vida, transcurre el devenir de los hombres. Para su realización tomó como inspiración el estilo cubista de Picasso. Y quizá inconscientemente su elección de esta forma de representar los objetos tuvo la misma pretensión que en el malagueño. Ambos querían poder representar la realidad desde sus múltiples facetas de forma simultánea, permitir que el espectador aprehendiese la globalidad de un objeto, de la vida en el caso de Ángeles Santos, en un solo golpe de vista. Ángeles tomó los planos cubistas por su idoneidad para poblarlos de habitantes. “En lugar de representar la tierra redonda la hice cuadrada, en planos, porque yo había leído sobre el cubismo y así me resultaría más fácil ir colocando las cosas”. García Lorca, cuando visitó a la pintora, ya apreció esta referencia picassiana. Ella misma lo recuerda: “A mi casa de Valladolid vinieron poetas, escritores, … En la ciudad había un grupo de intelectuales que, después de conocer la obra, pasaban por la casa a ver mis otros cuadros. Una vez les acompañó Federico García Lorca. “Parecen Picassos”, dijo al ver algunas de mis composiciones. Le encantaron. Al cabo de unos años, lo volví a ver en San Sebastián. ¡Era tan simpático y agradable!... Entablaba conversación enseguida y, sin proponérselo, se convertía siempre en el centro del grupo. Vino con Jorge Guillén, con Cossío, con un abogado muy conocido, con un escultor, … Jorge Guillén me dedicó su libro Cántico, pero se ha perdido y García Lorca su primer Romancero Gitano”.
 Los extraterrestres, madres de los seres encargados de encender las estrellas, también fueron un reflejo de la época. “Entonces se hablaba de ir al planeta Marte. Yo imaginaba que allí existirían unos seres extraños y así me inventé los que hay en la parte inferior del cuadro: las madres de los espíritus que realizan el milagro del sol. Ellas no tienen oídos, están con los ojos cerrados y en lugar de esqueleto tienen un armazón de alambre, ya se ve… como una especie de hierro oscuro, y unas manos puntiagudas. Me lo inventé así, sin pensar”.
Estos espíritus faroleros de las estrellas se los robó a Juan Ramón Jiménez de su poema Alba, incluido en Segunda Antolojía Poética: “Abajo pinté unos extraterrestres, con un cuerpo con un armazón de alambre, sin pelo y sin orejas. Junto a ellos hay otros seres pequeñitos que cogen la luz del sol con una tea y encienden las estrellas. Lo hice pensando en un poema de Juan Ramón Jiménez: “…ángeles malvas / apagaban las verdes estrellas. / Una cinta tranquila / de suaves violetas / abraza amorosa / a la pálida tierra”.
Sin embargo, el afán creativo de Angelita empezó a suplantar en importancia y dedicación a sus relaciones familiares, sociales e, incluso, a la propia imagen ofrecida a los demás. “Cuando pinté esos cuadros yo solía ir muy mal vestida, hasta pensaban que yo podía ser una pobre. No le daba importancia ni a la ropa, ni al peinado, ni a mí. A veces me fumaba un cigarrillo. Casi ni comía por irme a toda prisa a pintar. Qué cosa… yo era muy extraña”. La artista trata de justificar dicha actitud en aras de la vocación que representaba para ella la pintura, “Mi vocación fue siempre la pintura. Siempre. Yo no sabía hacer otra cosa más que pintar y pintar, sin darme cuenta de que había vida a mi alrededor. Me aislé de todo y de todos. No vivía para mí. Pensé que se podía vivir sin nadie y me sentía como si fuese un espíritu. Fueron tiempos difíciles”.
Fueron tiempos tan difíciles que, tras un éxito rotundo en Madrid, entre la crítica y en los Salones de Otoño, la pintora se ahoga en Valladolid, las disputas familiares son continuas debido a la nueva faceta pública de la joven. Angelita se ahoga en su propia piel y debe abandonarla, salir a respirar. Se lo anuncia por carta a Ramón Gómez de la Serna, quien andaba impresionado por su pintura y enamoriscado de la propia pintora, “Esta tarde me marcho a un largo paseo… Me bañaré en un río con los vestidos puestos -¡qué contenta estoy de dejar, por fin, el baño civilizado en bañeras blancas!-, y después me iré por el campo, huyendo de que me quieran convertir en un animal casero”. Y lo cumplió. Pero el animalillo huido fue apresado y su padre ingresó a Ángeles Santos en un sanatorio mental de Madrid. Advertido de la situación, Gómez de la Serna la denunció públicamente en La Gaceta Literaria, lo que propició que los Santos le pusieran fin.
Sin embargo, después de aquello todo cambió. Angelita se avino a ser un animal casero. Angelita comenzó el primero de sus muchos periodos de inactividad creativa. Angelita se casó, en 1936 con el también pintor Emili Grau Sala. Debido a la influencia de su marido, Angelita retoma la pintura, pero se acoge al estilo de éste, completamente tradicional y alejado de las vanguardias. Ahora Ángeles Santos pinta floreros y retratos dulzones de su hijo, Julián, estilo que ya no ha abandonado.
Angelita quiso pintar el mundo, pero el mundo acabó devorándola a ella.


Declaraciones de la pintora extraídas de:
GARCÍA GARCÍA, Andrea, “Ángeles Santos, pintora de vanguardia”, en Sesenta y más, Madrid, núm. 268, 23 de febrero de 2008, pp. 14-15.
GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón, “La genial pintora Ángeles Santos, incomunicada en un Sanatorio”, en La Gaceta Literaria, Madrid, Año IV, núm. 79, 1 de abril de 1930, pp. 1-2.
JARQUE, Fietta, “Pinté Un mundo para que lo enviaran a Marte”, en El País.com Babelia, 20 de septiembre de 2003.
PAJARES, Gema, “Ángeles Santos: Nunca creí que fuera un genio”, en El Cultural.es, 31 de enero de 1999.
RIUS VERNET, Nuria, “La pintora Ángeles Santos Torroella”, en DUODA Revista d’Estudis Feministes, Universitat de Barcelona, núm. 16 (1999), pp. 177-193.

sábado, 8 de enero de 2011

Tributo

   La reivindicación de la figura de la mujer artista y sus creaciones dentro de la Historia del Arte es todavía, por desgracia, una asignatura pendiente. Considerada casi exclusivamente como objeto artístico, ha sido difícil el camino emprendido por aquellas mujeres que decidían convertir al arte en su profesión y pasión. Arrinconadas sus obras como producto de un género menor, o criticadas únicamente bajo el tamiz de las peripecias biográficas de sus creadoras, resulta necesario, aún hoy en día, rescatar dichas obras y juzgarlas de una forma asépticamente artística.
   La aparición de las vanguardias en España a finales de los años veinte y comienzos de los treinta del siglo XX y su convivencia con un sistema político, la Segunda República Española, en quien todos depositaban unos anhelos de cambio y progreso cultural que, sin embargo, no se vieron totalmente cumplidos, representaba a priori una combinación muy adecuada para que las mujeres artistas desarrollaran su profesión en términos de igualdad con respecto a los artistas varones. Así, durante las vanguardias surgidas en España a finales de la década de 1920 y comienzos de la de 1930 la mujer se alzó con un gran protagonismo como creadora, y no ya sólo como objeto artístico. Esto quizá fue el resultado de una serie de condicionantes y circunstancia anteriores que lograron cristalizar sus máximas posibilidades en dicho momento.
  La educación femenina representó un papel fundamental en la posibilidad de que las mujeres lograsen entrar en la esfera de la creación artística. Fue ya durante la Primera República Española, 1873-74, cuando se comprendió que el proceso de modernización que se deseaba para España debía pasar por la creación de mejores oportunidades, tanto sociales, laborales como intelectuales, para las mujeres. Y para ello resultaba fundamental su acceso a la educación. Una figura determinante en este sentido fue Fernando de Castro, quien contribuyó a la fundación de la Escuela de Institutrices en 1869 y a la Asociación para la Enseñanza de la Mujer en 1871. Más tarde llegarían los cursos ofrecidos en Madrid por la Escuela de Comercio para Señoras a partir de 1878 y en Valencia a partir de 1884; los cursos para mujeres archiveras y bibliotecarias; y la aparición en Madrid de la Escuela de Correos y Telégrafos, la Escuela de Idiomas, la Escuela de Cajistas de Imprenta, así como la creación en 1882 de la Escuela Normal Central para mejorar la formación de las maestras. 

Sin embargo, y como apunta Shirley Mangini en su imprescindible libro Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia, “se seguía invocando a “la perfecta casada”, a la tarea reproductiva de la mujer, y al tamaño inferior del cráneo femenino y su subsecuente deficiente capacidad intelectual. Enfrentado con el conservadurismo y puritanismo católico, el camino hacia la profesionalización de la mujer iba a ser largo y tortuoso. […] el liberalismo de ciertos institucionistas era más teórico que real cuando se trataba de equiparar las posibilidades de hombres y mujeres para acceder a campos pedagógicos, profesionales y políticos, especialmente al de la coeducación. Liberales y reaccionarios se resistían a que ejercieran libremente sus profesiones, sobre todo la abogacía y la medicina, de ahí que la mujer no se realizara plenamente en el espacio público hasta bien entrado el siglo XX.”
Por otro lado, también jugaron un papel determinante las mujeres de la generación anterior, quienes, si bien ellas mismas no lograron superar los prejuicios sociales y familiares, ni su propia identidad de mujer para asumir el papel protagonista de su propio destino y sus aspiraciones artísticas, sí lograron desbrozar el camino para las mujeres que llegarían después. Tal y como resume Susan Kirkpatrick en Mujer, modernismo y vanguardia en España, “Si las mujeres que llegaron a la edad adulta hacia 1898 no formaron parte de los movimientos estéticos de la vanguardia española, podemos buscar la causa de esta ausencia en sus propias metas y autodefinición, así como en el conservadurismo de la vanguardia masculina en relación con el sistema de género. Sin embargo, sus logros contribuyeron a crear una plataforma desde la cual las mujeres de la generación siguiente pudieron desarrollar una identidad como artistas de vanguardia.” Y entre estas pioneras figuran los nombres de Carmen de Burgos, María Lejárraga (que adoptó los seudónimos de Gregorio Martínez Sierra y María Martínez Sierra) y, más tarde, los de Victoria Kent y Clara Campoamor; y cronológicamente antes que ellas también cabe destacar a Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán.
Por desgracia, este campo abonado idílico, no proporcionó los óptimos resultados que se esperaban de él. De hecho, muchas de estas figuras de la siguiente generación, pertenecientes a las vanguardias históricas españolas, quedaron eclipsadas por sus parejas emocionales y competidores profesionales, como es el caso de Manuela Ballester.

O bien renunciaron, supuestamente de forma voluntaria y seguramente influidas por el entorno familiar y social, a sus aspiraciones artísticas en aras de una buena armonía familiar y de las obligaciones del matrimonio y la maternidad. Uno de estos casos sería el de Ángeles Santos.
  
 
Otra forma de anulación de estas mujeres artistas es la falta de reconocimiento de su influencia en la obra de sus compañeros varones, a quienes se atribuye en exclusiva las innovaciones o características definitorias de determinados movimientos o tendencias. Por ejemplo, sólo recientemente ha salido a la luz la decisiva influencia de Maruja Mallo y su pintura de residuos en textos clave de la vanguardia literaria como Yo, inspector de alcantarillas de Ernesto Giménez Caballero y Sobre los ángeles de Rafael Alberti.
Debido a todo ello, en sucesivas entradas realizaré un pequeño homenaje a cada una de estas mujeres artistas, como punta de iceberg de todas las lanzas que se deberían romper a favor del reconocimiento de la creación artística realizada por mujeres.