jueves, 24 de marzo de 2011

Cantaba… como ajena a su trance


Sobre un arroyo, inclinado crece un sauce
que muestra su pálido verdor en el cristal.
Con sus ramas hizo ella coronas caprichosas
de ranúnculos, ortigas, margaritas, y orquídeas
a las que el llano pastor da un nombre grosero
y las jóvenes castas llaman «dedos de difunto».
Estaba trepando para colgar las guirnaldas
en las ramas pendientes, cuando un pérfido mimbre
cedió y los aros de flores cayeron con ella
al río lloroso. Sus ropas se extendieron,
llevándola a flote como una sirena;
ella, mientras tanto, cantaba fragmentos
de viejas tonadas como ajena a su trance
o cual si fuera un ser nacido y dotado
para ese elemento. Pero sus vestidos,
cargados de agua, no tardaron mucho
en arrastrar a la pobre con sus melodías
a un fango de muerte.
(William Shakespeare, Hamlet)

Así relata Shakespeare la muerte de Ofelia, presa de la locura por pensar que el hombre a quien ama, y por el que no se siente correspondida, ha matado a su padre.

Eugene Delacroix, La muerte de Ofelia, 1843, litografía




Eugene Delacroix, La muerte de Ofelia, 1853

   Este episodio líricamente dramático ha servido como fuente de inspiración a numerosos artistas, desde Delacroix a Odilon Redon, con dispares resultados. Delacroix, en sus dos versiones de litografía (La muerte de Ofelia, 1843) y lienzo (La muerte de Ofelia, 1853), se basó principalmente en la representación teatral de la obra que tuvo lugar en París en 1827, en la que la actriz inglesa Harriett Smithson encarnó a la trágica heroína shakesperiana. En su lienzo, ejecutado a base de rápidas pinceladas y colores yuxtapuestos, la dama, en clara contradicción con el texto original, parece ser consciente de su inminente muerte y siente la necesidad de salvarse. Ofelia se agarra desesperadamente a una frágil rama en un gesto del que nos abruma su inutilidad, ya que prevemos el fatal desenlace cuando se quiebre la leñosa mano que aún la une a la vida. Sin embargo, esta conmovedora situación no llega a arrebatarme del todo. Algo le falta.
Será este un tema recurrentemente abordado por los miembros de la Hermandad de los Prerrafaelitas, artistas ingleses que se unieron a finales del verano de 1848 imbuidos de un carácter crítico con respecto a una época, como la suya, de crecientes mecanización, industrialización y modernidad. Ellos rechazaban el progreso y el capitalismo y abogaban por una confraternidad de artistas, al estilo de los gremios medievales, en busca de la autenticidad para sus expresiones creativas. Su nombre vino motivado porque decían recoger sus influencias del primer Renacimiento, anterior a Rafael, y profesar admiración por los pintores del Quattrocento y por los primitivos flamencos. Del mismo modo, consideraban prioritario el estudio de la naturaleza y su inclusión en sus obras. Cuidada elaboración, detallismo extremo y depuración técnica fueron sus máximas. Religión y literatura (Dante, Shakespeare, John Keats) fueron sus temas. Desterraron el academicismo por convencional y forzado e impregnaron sus lienzos con símbolos poéticos o de la tradición mariana medieval. Fue esto lo que les rodeó de un halo de misterio, ampliamente aprovechado por ellos, que pretendían crear un arte elitista sólo comprensible por iniciados, y lo que les hizo ser tildados como predecesores del Simbolismo.   
Arthur Hughes, Ofelia, 1863

 
Arthur Hughes, Ofelia, 1851
 
John William Waterhouse, Ofelia, 1894
 
John William Waterhouse, Ofelia, 1894

Así, Arthur Hughes (Ofelia, 1851 y 1863) y John William Waterhouse (Ofelia, 1894) nos muestran a la cándida joven en los instantes previos a la infeliz consumación de su destino. Tanto las Ofelias de Hughes, como las de Waterhouse, exhiben todavía una despreocupación inconsciente mientras recogen las flores que, sin ellas saberlo, confeccionarán su fúnebre corona. Estas agrestes Ofelias, paso tras paso, van recorriendo el sendero de su hado teniendo siempre como presencia amenazadora tras ellas o a sus pies el río que cerrará sus húmedos labios sobre sus nacarados cuerpos de doncella, engulléndolas ferozmente hasta depositarlas en el limo de su vientre. Estas escenas, si bien resultan conmovedoras, no lo son por los propios acontecimientos relatados, sino por la adversa resolución que anticipan.

Odilon Redon, Ofelia, 1900-05

   Años más tarde, el simbolista francés y precursor del Surrealismo, Odilon Redon, también contribuyó a la iconografía del personaje nacido de la genial fantasía del poeta inglés. Redon nos presenta una visión onírica del hecho consumado de su muerte (Ofelia, 1900-05). Sin embargo, es esta imagen mucho más lírica que dramática. La combinación de brillantes y contrastados colores, el beatífico semblante femenino y la ausencia de emoción despojan a la representación del dramatismo que podríamos presuponer en la contemplación de la estampa de una persona ahogada. Parecería, más bien, merced a la redondez que este visionario pintor y litógrafo quiso imprimir al río, que Ofelia estuviese admirando su propia faz en un acuoso espejo. Nos podría, entonces, recordar al esquivo Narciso, quien, por desdeñar el amor, fue castigado a enamorarse de su propia imagen reflejada en las aguas. Sin embargo, no era esta la intención de Shakespeare, ya que su Ofelia acepta el amor y enloquece por él, siendo su ahogamiento un funesto accidente.

Será otro prerrafaelita, John Everett Millais, niño prodigio que entró a los 11 años en la Royal Academy of Fine Arts de Londres y miembro del núcleo creador de la Hermandad, junto a Dante Gabriel Rossetti y William Holman Hunt, quien aunará el lirismo y el dramatismo más sublimes, logrando arrobar nuestro espíritu, sacarnos fuera de nosotros mismos embelesando nuestra alma.
John Everett Millais, Ofelia, 1852
En su lienzo Ofelia se nos presenta semejando una frágil barquita en pleno naufragio. La falda, enteramente empapada del líquido elemento, ya casi se confunde con el cieno ribereño y, cual ancla, tira del cuerpo de la joven para aferrarla al fondo del río y atar a la doncella a su postrera desgracia.
El infausto acontecimiento se aproxima a la cúspide de su culminación y Ofelia, ajena a todo, enajenada por la locura, canta, desgrana los versos de su propia elegía. Es esta pasividad la que resulta tan trágica. Estamos ante la inmediatez de una muerte a la que su protagonista se enfrenta de forma no consciente. Esto es lo que conecta con la sensibilidad y el alma del espectador provocando en él un horror que supera al causado ante la contemplación de los esfuerzos inútiles por salvarse que nos presentaba Delacroix. La inacción, la desidia con la que Ofelia se deja fluir por el río hacia los brazos de la muerte es lo que hace de la obra de Millais un cuadro sublime. Nos horroriza al tiempo que nos atrae irremediablemente.

Escoge Millais como modelo para su Ofelia a la poetisa y pintora Elizabeth Siddal, famosa por su belleza, con quien Rossetti contraería matrimonio en 1860. Hora tras hora pasaba ésta posando metida en una bañera y ataviada con un vestido de época. Como la creación de esta obra maestra se produjo durante el invierno, colocaba el pintor lámparas encendidas bajo la bañera para que el agua se mantuviese caliente. Cuenta el anecdotario popular que, una de las veces en que Elizabeth se encontraba posando, las lámparas se apagaron y, poco a poco, el agua de la que rebosaba la bañera se fue quedando helada. Pese a ello, y debido a que el artista, preso de fiebre creativa, no se dio cuenta del incidente, la modelo no expresó queja alguna. Sin embargo, y a resultas del incidente, Elizabeth cayó muy enferma con un fuerte resfriado y su padre, considerando responsable al pintor, le obligó a pagar una fuerte indemnización.

John Everett Millais, Estudio para Ofelia

Avanzando en el tiempo, no tuvo la modelo mejor suerte que el personaje representado. Elizabeth Siddal, convertida por su esposo en el prototipo de mujer reflejada en sus cuadros, con una larga cabellera rojiza y una mezcla de fragilidad y fortaleza, y presa de constantes episodios de melancolía, se suicidaría en 1862 con una sobredosis de láudano al no poder superar la conmoción por el alumbramiento de una hija muerta.
Debido a la importancia que supuso para los prerrafaelitas la atención minuciosa a la naturaleza, Millais recorrió buena parte del cauce del río Hogsmill a la altura de Ewell, al sureste de Inglaterra, hasta encontrar una localización cuya vegetación se adecuase a la relatada en Hamlet. De hecho, las flores, árboles y plantas que Shakespeare hace recoger a Ofelia en su delirio y que sirven de marco en su infeliz desenlace, conllevan un significado oculto, muy en relación con el trasfondo simbólico con el que los prerrafaelitas caracterizaban sus lienzos.
Del mismo modo, poco antes de encauzar sus pasos hacia el río que le brindará la muerte, Ofelia se encuentra con su hermano Laertes y le ofrece las flores y plantas que ha recolectado en el campo. Dejemos que sea el propio Shakespeare quien nos lo narre.
OFELIA
      Esto es romero, para recordar. Acuérdate, amor. Y esto pensamientos, para pensar.
LAERTES
      La lección de la locura: ajusta el pensamiento y el recuerdo.
OFELIA
Esto es hinojo, para vos, y aguileña. Y esto ruda, para vos; y una poca para mí. Los domingos la llamamos hierba de la gracia. ¡Ah, vos llevad la ruda por otro motivo! Esto es una margarita. Os daría violetas, pero todas se mustiaron al morir mi padre; dicen que tuvo buena muerte.



    Si aunamos en un único y colorido ramo los frutos vegetales mencionados en ambas escenas, el drama de Ofelia adquiere una nueva dimensión. Para comenzar, el sauce que crece a la orilla del río nos recuerda los amores abandonados y, por su parte, las ortigas que crecen en la orilla al dolor. Las violetas, que forman una guirnalda mortuoria alrededor de su cuello y también mencionados en relación con la muerte de su padre, simbolizan la anunciación de la muerte y la desesperanza. Los pensamientos nos remiten al amor no correspondido, así como las amapolas, flor introducida por Millais y que no aparece en el texto original, reflejan el adormecimiento y la muerte. Por otro lado, en los libros publicados en el siglo XVIII acerca del lenguaje de las flores nos encontramos con que el regalo de amapolas a una dama simbolizaba confesiones y el obsequio de margaritas y pensamientos “usted es como la mañana en su frescura” y “seré tu amante dulce y secreto”, respectivamente. Del mismo modo, la rosa rosada que enmarca la mejilla de Ofelia significa indecisión. Todo ello podría venir relacionado con las vivencias anteriores al dramático fallecimiento, con la incipiente relación amorosa entre Hamlet y Ofelia, los pensamientos del príncipe hacia la doncella, la confesión de su amor y las constantes vacilaciones de ambos. Sin embargo, y atendiendo al fragmento anteriormente citado en el que Ofelia regala flores y plantas a Laertes, quizá este amor entre los dos jóvenes no fuese tan tibio como siempre se ha supuesto. En dicho fragmento Ofelia menciona la ruda y esta planta, conocida en botánica y herboristería por su contenido en rutina, un glucósido que aumenta la resistencia de los capilares sanguíneos, ha sido frecuentemente empleada de forma popular para provocar o aumentar la menstruación. Es más, a ciertas dosis, la ruda posee facultades abortivas. Dicho lo cual, se llega fácilmente a una conclusión, ¿nos estaría queriendo decir Shakespeare que Ofelia y Hamlet consumaron su amor, a resultas de lo cual ésta quedó encinta? Sin duda sería un motivo más para su desesperante vagar presa de los más oscuros sentimientos ante el hombre que considera asesino de su padre y del que alberga un hijo en su vientre.